Amado por muchos y odiado por otros, este pintoresco y caliente municipio tolimense sigue cautivando viajeros con su ‘mar de piscinas’, sus recreacionistas y sus populares postales. Un paseo clásico -aunque muchos lo nieguen- y un exitoso producto turístico.
Claro, como muchos niños, yo también soñaba con unas vacaciones en Disney. Me imaginaba dentro de un cuento de hadas, perdido en los castillos encantados de esos parques maravillosos de La Florida, en Estados Unidos.
Pero mis papás no tenían plata para llevarme a Disney, así que tuve que conformarme con Cafalandia, en Melgar (foto). Sí, Cafalandia, en el ardoroso municipio tolimense de Melgar -sí, Melgar es Tolima, no Cundinamarca- fue mi Disney de la infancia. Creo que lo ha sido para millones de colombianos, así muchos no lo reconozcan.
Creo que Melgar -tan caliente, tan bulloso, tan Melgar- es el destino más democrático del país. Muchísimos colombianos hemos ido a Melgar. Y todos los que hemos ido tenemos una historia: un paseo memorable -como mi visita a Cafalandia-, un amor calentano de fin de semana endulzado con raspado de parque, una escapada, una parranda de tres días con los amigos tomando aguardiente en la piscina de una cabaña prestada, una aventura adolescente.
Muchos dijimos que íbamos a hacer un trabajo de la universidad y que nos tocaba quedarnos donde un compañero estudiando, pero realmente estábamos enfiestados en Melgar.
Lo que pasa es que ahora -tan sofisticados, tan viajeros, con tantas millas, con tanto mundo encima- negamos a Melgar y lo miramos por encima del hombro. He escuchado comentarios de este tipo: “Qué oso Melgar… Tan populacho Melgar… Tan mañé Melgar. Llegamos más rápido a Miami en avión que en carretera hasta Melgar….
¿Qué tal? ¿Criados con leche fiada y ahora tan exquisitos?
Claro, todos tenemos derecho de viajar a donde se nos dé la gana y hasta donde nos lleve el bolsillo, y mientras más lejos, se supone que mejor. Pero hay que valorar lo nuestro y aprovechar que, a menos de dos horas de Bogotá, tenemos un destino al que siempre valdrá la pena ir a descansar, a tomar un poco de sol y a huir de esa nevera a punto de explotar que es Bogotá.
Hace un par de meses estuve en Melgar y me quedé en el Centro Recreacional de Cafam. Dormí, descansé y comí delicioso en el hotel Kualamaná (foto), donde me atendieron como a un príncipe. Visité el zoológico, caminé por los alrededores del lago y recorrí los castillos azules y rosados de Cafalandia, y fue un viaje grandioso a varios de los mejores recuerdos de mi niñez. Hasta fui a cine. Recordé que, con mi familia, alquilamos una cabaña y que podíamos hacer mercado y todo. Cafam es un pueblo; uno feliz, donde todo el mundo está de paseo.
El tiempo