Publicado en Portafolio de Colombia
13.05.2025
Glosado por Lampadia
Uno de los libros más comentados en el entorno político y económico del país durante los últimos meses ha sido «Parásitos Mentales», escrito por Axel Kaiser, abogado y autor chileno, quien advierte que las promesas de equidad y justicia social de algunos políticos están destruyendo la libertad, el empleo y el progreso.
Desde una mirada liberal clásica, Kaiser denuncia que conceptos como «Estado benefactor», «derechos sociales» o «diversidad e inclusión» están siendo utilizados como herramientas para expandir el poder político, frenar la inversión y alimentar una peligrosa cultura de victimismo. En entrevista con Portafolio, el autor explicó sus razones.
¿Qué son los parásitos mentales?
Es un concepto que se utiliza en psicología evolutiva y que se refiere a ideas que se anclan en tu sistema nervioso y que te impiden pensar racionalmente y con claridad, y por lo tanto contaminan tu actividad mental. Esos parásitos pueden conducir a problemas graves, por ejemplo, en materia de bienestar personal, a depresiones, incluso al suicidio, cuando tus creencias son muy destructivas, pero en temas sociales, a la infección de ideología.
El nazismo, por ejemplo, es un fenómeno que muestra el poder destructivo de ciertas ideas que se anclan en el sistema nervioso y que son contagiosas.
Estos parásitos mentales se contagian, se van replicando de una mente a otra, y por eso de pronto tienes movimientos de millones de personas que abrazan ideas que son desquiciadas y que pueden llevar a la destrucción de una sociedad completa.
¿Qué parásitos ha identificado?
En el libro planteamos y controvertimos siete en particular, que son: la justicia social, derechos sociales, Estado benefactor, neoliberalismo, responsabilidad social empresarial, diversidad, equidad e inclusión, y el «buen indígena». Cada uno a su manera, genera efectos nocivos para el desarrollo de las naciones.
¿Cómo afecta la justicia social?
La justicia social es un concepto vacío con una fuerte carga emocional. Apunta, en esencia, a la idea de que es necesario redistribuir la riqueza porque la desigualdad resulta intolerable. Eso conduce inevitablemente a una expansión del poder del Estado y a la destrucción de los incentivos para crear riqueza.
Y cuando no se crea riqueza, lo que se produce es más pobreza.
Este parásito mental confunde a muchas personas, porque suena positivo, incluso noble y favorece a los políticos que prometen más justicia social. Pero esos políticos, en realidad, utilizan el concepto para incrementar su poder, sus beneficios y privilegios.
¿Los derechos sociales impactan en lo fiscal?
Sin duda. Colombia lo evidencia claramente: enfrenta serios problemas fiscales, en buena parte debido al elevado gasto social. Este parásito mental de los derechos sociales se ha incrustado incluso a nivel constitucional, y es fiscalmente insostenible. ¿Por qué? Porque la idea detrás de un “derecho social”, si se explica con honestidad, es que las personas tienen derecho a vivir gratis. Es decir, que el Estado debe financiarles educación, salud, pensiones y otros beneficios.
Pero el Estado no genera riqueza; sus recursos provienen de los mismos ciudadanos y como las necesidades siempre son ilimitadas, y siempre habrá presión por otorgar nuevos derechos o ampliar los existentes, los políticos —que administran dinero ajeno— tienden a ser ineficientes y corruptos. Por eso, justifican constantemente un aumento de la recaudación. Y cuando no les alcanza, recurren al endeudamiento.
Usted habla del Estado benefactor…
El Estado benefactor no sólo es financieramente inviable, sino que, en la práctica, no podría existir sin endeudamiento masivo.
Si uno revisa los Estados benefactores del mundo —Francia, Alemania, Austria, los países nórdicos, incluso Estados Unidos, que siendo menos interventor también padece un gasto excesivo— todos operan sobre la base de una deuda creciente. No hay excepciones.
¿Y qué implica financiarse con deuda? Que consumen hoy la riqueza acumulada, dejando la cuenta a las generaciones futuras. Es decir, los ciudadanos del mañana tendrán que ahorrar mucho más de lo que hoy se consume, solo para cubrir el desajuste heredado. Por eso es inmoral: se rompe la justicia intergeneracional, se endeuda a quienes aún no han nacido. Pero no solo es un problema financiero, también lo es en términos éticos y sociales.
¿Por qué?
El Estado benefactor destruye la moral del trabajo. Está ampliamente estudiado que cuando las personas reciben cosas gratis de manera sistemática, pierden el incentivo para esforzarse.
Se debilitan virtudes fundamentales como la disciplina, la responsabilidad y la honestidad. Y con ello, proliferan fenómenos como la drogadicción, el alcoholismo y la violencia. Aunque suene bien en teoría, el Estado benefactor termina siendo nefasto.
Los políticos lo alimentan porque tienen un incentivo perverso: sobornar a los ciudadanos con su propio dinero. Les prometen beneficios «gratuitos» sabiendo que en pocos años no estarán para asumir las consecuencias. El sistema democrático, en este contexto, se convierte en una competencia de promesas inviables. Y así, los países se endeudan, pierden dinamismo y, en el peor de los casos, pueden terminar en crisis graves o incluso escenarios de colapso social.
¿Cómo se podría reemplazar?
Por un Estado subsidiario que es pequeño, el que solo da apoyo focalizado y condicionado a grupos vulnerables, y nadie más. Todo el resto tiene que pagar sus cuentas y con impuestos moderados o bajos. Eso sí con algunas reglas claras como que los niños vayan a los colegios. Por ejemplo, que si vas a tener atención de salud, que te van a financiar, que tengas que cumplir ciertas rutinas que son beneficiosas para tu salud.
¿El populismo fiscal alimenta estos parásitos?
Por supuesto. Lo vimos claramente en Chile. Cuando tienes un gobierno esencialmente anticapitalista —es decir, que desprecia la libertad individual y la propiedad privada—, lo que busca es expandir el poder del gobernante populista, del Estado y de sus redes clientelares y corruptas. En ese contexto, no solo destruyes los incentivos para la actividad formal, sino que generas además un «impuesto psicológico» sobre la iniciativa privada.
Cuando uno defiende el libre mercado, en realidad está defendiendo la libertad personal.
El mercado no es una estructura abstracta: es simplemente el resultado de individuos tomando decisiones sobre lo que les pertenece. Intercambian libremente bienes y servicios buscando su beneficio mutuo. Eso es todo. Así se genera riqueza.
Por eso, cuando alguien dice que no le gusta el mercado, lo que realmente no le gusta es la libertad. Lo que quiere es control, opresión. Lampadia