Viernes, 23 de Mayo del 2025
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La mafia de la memoria

Publicado el 05/02/13

Los vecinos de la catedral de Nápoles escucharon y vieron cosas sospechosas durante algunos meses, por las noches: camiones que llegaban y movimientos de cajas.

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Mientras tanto, en Múnich, Nueva York y París, las salas de subastas se llenaban de libros de importantísimo valor histórico. Nadie dijo nada en el momento, nadie se pronunció. Nadie supo, tampoco, cómo se filtró la información, pero la Interpol logró interceptar cajas con libros que, como se había planeado, iban a ser subastados muy lejos de casa. La casa: la Biblioteca de los Girolamini, abierta al público en 1586, ubicada precisamente al lado de la dichosa catedral, desde la que los vecinos habían escuchado ruidos algunos meses atrás y no se habían pronunciado.
Los libros decomisados pertenecían, como se ha de imaginar, a esa biblioteca y no podían haber sido robados por un ladrón raso. La persona o las personas que se los robaron, o que crearon la maquinaria para que el robo se llevara a cabo, tenían que ser personas que supieran de libros, que conocieran lo que estaban sacando del recinto y el manejo que debían darle. Tenía que estar involucrado, por lo menos, alguien de adentro. Alguien importante. ¿Quién? Un robo similar había sido descubierto a mediados del año pasado. El responsable había sido el entonces director, Massimo Marino de Caro, que había tomado, pacientemente, numerosos ejemplares de la biblioteca con ayuda de cuatro sujetos más. Dos de ellos eran consejeros de Silvio Berlusconi. El director ya estaba en la cárcel, entonces él no podía ser. No directamente, por lo menos.
Quedaba alguien que debía ser investigado. Alguien que tenía relación con los sujetos ya mencionados y que, se supo, era un personaje que sabía mover sus influencias: el senador siciliano Marcello Dell’Utri. Había pasado desapercibido durante el primer robo —no se sabe si participó en él o no—, pero fue el que intercedió por De Caro frente al entonces ministro de Cultura en Roma, Giancarlo Galán. El ministro nombró a De Caro director de la biblioteca, a pesar de tener conocimiento sobre sus antecedentes en el robo de libros. Hoy se arrepiente, dice. Pero ya no es hora de arrepentimientos. Dell’Utri, por su parte, lo niega todo. Dice que los únicos libros que tenía en su poder eran algunos que el anterior director le había cedido. De esos libros, aunque ya ha devuelto muchos, no aparece todavía Utopía, una obra publicada en 1516 por Tomás Moro.
Cuando el sujeto se nos presenta de frente, como el titiritero que es forzado a salir de bambalinas, salen a la luz muchos sucesos que, separados, no habrían de resultar necesariamente sospechosos. Dell’Utri ayudó a Berlusconi a entrar en el mundo de la política en 1994 y, con él, fue cofundador de Forza Italia, su partido político. Además ocupó puestos importantes en sus empresas. Cuentan que durante los años setenta Dell’Utri le recomendó a Berlusconi un mayordomo para su finca, que resultó ser un mafioso de la Cosa Nostra. Un asesino que manejaba sus negocios desde la finca de Il Cavaliere —como lo llaman— y que terminó en la cárcel condenado a cadena perpetua.
Todos estos sucesos, sumados al hecho de que Dell’Utri haya sido excluido de las listas de candidatos del Pueblo de la Libertad para las elecciones del próximo 24 y 25 de febrero, hacen pensar que sí hay algo que se está escondiendo y que no lo quieren asociar con el partido. La fiscalía continúa con la investigación y, además de Dell’Utri, ya hay otras seis personas que están siendo investigadas. Ayer confirmaron las órdenes de detención.
Una de las bibliotecas más antiguas de Italia ha sido saqueada dos veces y los responsables todavía tienen poder sobre ella. Ya la amenaza para los libros no son las velas que se caen o los censuradores que los queman a propósito. Son los bibliófilos con algo de poder que no entienden que los libros, esos libros, nos pertenecen a todos.



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